Colaboraciones
Colaboraciones
"La fiesta"
"La fiesta"
Cuento dedicado a los que ya no están con nosotros.
Piedad sacó un peine de la bolsa de su tradicional delantal y se alisó el cabello con brillantina y agua.
-¡Llegó el día!, Medardo.
Medardo dio una profunda fumada a su cigarro "Alas Azules", se quitó el sombrero y, rascándose la cabeza, contestó a Piedad:
-¿Cuál día? Yo estoy tan tranquilo y tan contento aquí que no recuerdo si tenemos algún compromiso. Sigamos disfrutando de este paraíso, sea cual sea el día. Mejor invítame un "traguito".
-¡Qué "traguito" ni qué nada! Hoy comienza la fiesta que nos han estado preparando nuestros hijos. Tenemos que ir: somos los invitados especiales. Ahí habrá toda la comida y bebida que nos gusta y podrás tomarte todos los "traguitos" que quieras.
-Ya me acordé. Es la fiesta que hacen allá del otro lado, a la que fuimos el año pasado.
-¿Cómo te diste cuenta? ¿Quién te avisó? -preguntó cariñosamente Medardo.
-Nadie me avisó. Hasta acá llegan los gratos aromas de las flores con que están arreglando la casa y las mesas donde será la fiesta. Ese aroma es la señal de que la fiesta va a comenzar: solamente aparece en estos días del año. Tú no percibes los olores porque de tanto fumar se te ha disminuido el sentido del olfato. Además, podemos ver las luces que nos indican donde será la fiesta. Estas luces solamente las pueden ver los invitados, y también se prenden en estas fechas. Tú las confundes con las estrellas, pero estas luces son especiales: no son redondas, son como gotas de agua.
-Pues pa' luego es tarde. Vamos a la pachanga.
Piedad y Medardo, tomados de la mano, se dirigen hacia el lugar donde será la fiesta. Está retirado, pero caminan tranquilamente, sin prisas, como si el tiempo no pasara para ellos. No están cansados ni les cansa caminar.
Piedad sacó un peine de la bolsa de su tradicional delantal y se alisó el cabello con brillantina y agua.
-¡Llegó el día!, Medardo.
Medardo dio una profunda fumada a su cigarro "Alas Azules", se quitó el sombrero y, rascándose la cabeza, contestó a Piedad:
-¿Cuál día? Yo estoy tan tranquilo y tan contento aquí que no recuerdo si tenemos algún compromiso. Sigamos disfrutando de este paraíso, sea cual sea el día. Mejor invítame un "traguito".
-¡Qué "traguito" ni qué nada! Hoy comienza la fiesta que nos han estado preparando nuestros hijos. Tenemos que ir: somos los invitados especiales. Ahí habrá toda la comida y bebida que nos gusta y podrás tomarte todos los "traguitos" que quieras.
-Ya me acordé. Es la fiesta que hacen allá del otro lado, a la que fuimos el año pasado.
-¿Cómo te diste cuenta? ¿Quién te avisó? -preguntó cariñosamente Medardo.
-Nadie me avisó. Hasta acá llegan los gratos aromas de las flores con que están arreglando la casa y las mesas donde será la fiesta. Ese aroma es la señal de que la fiesta va a comenzar: solamente aparece en estos días del año. Tú no percibes los olores porque de tanto fumar se te ha disminuido el sentido del olfato. Además, podemos ver las luces que nos indican donde será la fiesta. Estas luces solamente las pueden ver los invitados, y también se prenden en estas fechas. Tú las confundes con las estrellas, pero estas luces son especiales: no son redondas, son como gotas de agua.
-Pues pa' luego es tarde. Vamos a la pachanga.
Piedad y Medardo, tomados de la mano, se dirigen hacia el lugar donde será la fiesta. Está retirado, pero caminan tranquilamente, sin prisas, como si el tiempo no pasara para ellos. No están cansados ni les cansa caminar.
Después de recorrer un larguísimo sendero donde todo
a su alrededor es belleza y tranquilidad cruzan por una
puerta casi invisible. A partir de ahí se enfrentan al bullicioso
y caótico mundo donde viven sus anfitriones. Es la
tarde del 30 de octubre.
Llegan a la casa y observan en la parte externa los adornos de flor de cempasúchil alrededor de la puerta principal. También ven un camino de pétalos desde la calle hasta el interior de la casa. Siguen por ese camino y entran en la casa sin pisar los pétalos. Nadie los puede ver, pero ellos pueden ver todo lo que hay a su alrededor.
Se paran frente a la mesa donde será la comida. Es una larga mesa con un arco de lado a lado, muy alto. Está adornada con papel de china de colores amarillo y morado. El arco y las patas de la mesa están cubiertas con hojas de tepejilote, una planta que se encuentra en el sur de México.
Sobre el tepejilote hay pencas de plátano y racimos de naranjas y mandarinas, también flores de cempasúchil y flores mano de león. En la pared cercana a la mesa se colocaron retratos de Piedad y Medardo e imágenes de santos.
Sobre la mesa solamente hay ocho veladoras encendidas y un vaso de agua.
-Creo que nos adelantamos, todavía no empieza la fiesta
-dice Medardo.
-No. Eres un poco distraído. Acuérdate que la fiesta comienza hoy al mediodía y termina el tres de noviembre por la noche. Hoy vinieron quienes están en el Limbo. Mañana solamente vendrán niños. Nosotros tenemos el privilegio de andar por aquí todos estos días, pero nos corresponde estar a la mesa a partir del día primero. El día tres al mediodía nos levantaremos porque llegarán los últimos invitados. Ellos solamente estarán medio día.
-Piedad, tengo una duda. ¿Cómo le harían nuestros ocho hijos para reunirse aquí en la que fue nuestra casa?
-No. Acuérdate que nuestro mundo no es el de ellos. Cada hijo está en su casa y preparó su propia fiesta. Nosotros estamos asistiendo a todas las fiestas al mismo tiempo, por eso vemos ocho veladoras. Pero ya olvidemos eso y vayamos a dar una vuelta mientras llega el día que nos corresponde.
Le dieron un trago al vaso de agua y se marcharon.
Llegó el día primero. Piedad y Medardo entran a la casa, se acercan a la mesa y ocupan sus lugares de honor. Se quedan admirados de la gran cantidad de alimentos que prepararon para ellos: tamales, atole, calabaza en dulce, chayotes hervidos, pan, calaveritas de azúcar? Al día siguiente continúan a la mesa. Les traen más pan y tamales, mole, aguardiente, cerveza, cigarros...
Llegan a la casa y observan en la parte externa los adornos de flor de cempasúchil alrededor de la puerta principal. También ven un camino de pétalos desde la calle hasta el interior de la casa. Siguen por ese camino y entran en la casa sin pisar los pétalos. Nadie los puede ver, pero ellos pueden ver todo lo que hay a su alrededor.
Se paran frente a la mesa donde será la comida. Es una larga mesa con un arco de lado a lado, muy alto. Está adornada con papel de china de colores amarillo y morado. El arco y las patas de la mesa están cubiertas con hojas de tepejilote, una planta que se encuentra en el sur de México.
Sobre el tepejilote hay pencas de plátano y racimos de naranjas y mandarinas, también flores de cempasúchil y flores mano de león. En la pared cercana a la mesa se colocaron retratos de Piedad y Medardo e imágenes de santos.
Sobre la mesa solamente hay ocho veladoras encendidas y un vaso de agua.
-Creo que nos adelantamos, todavía no empieza la fiesta
-dice Medardo.
-No. Eres un poco distraído. Acuérdate que la fiesta comienza hoy al mediodía y termina el tres de noviembre por la noche. Hoy vinieron quienes están en el Limbo. Mañana solamente vendrán niños. Nosotros tenemos el privilegio de andar por aquí todos estos días, pero nos corresponde estar a la mesa a partir del día primero. El día tres al mediodía nos levantaremos porque llegarán los últimos invitados. Ellos solamente estarán medio día.
-Piedad, tengo una duda. ¿Cómo le harían nuestros ocho hijos para reunirse aquí en la que fue nuestra casa?
-No. Acuérdate que nuestro mundo no es el de ellos. Cada hijo está en su casa y preparó su propia fiesta. Nosotros estamos asistiendo a todas las fiestas al mismo tiempo, por eso vemos ocho veladoras. Pero ya olvidemos eso y vayamos a dar una vuelta mientras llega el día que nos corresponde.
Le dieron un trago al vaso de agua y se marcharon.
Llegó el día primero. Piedad y Medardo entran a la casa, se acercan a la mesa y ocupan sus lugares de honor. Se quedan admirados de la gran cantidad de alimentos que prepararon para ellos: tamales, atole, calabaza en dulce, chayotes hervidos, pan, calaveritas de azúcar? Al día siguiente continúan a la mesa. Les traen más pan y tamales, mole, aguardiente, cerveza, cigarros...
Los dos días convivieron con sus hijos, nietos, otros familiares
y amigos. Todos comieron y bebieron sin limitaciones:
era una fiesta. Y no faltó la música. Los vecinos llegaban a
la casa entonando alegres versos, acompañados de instrumentos
musicales, para solicitar algo de la comida que se
estaba sirviendo: desde lejos he venido / con todito este
mitote / porque aquí nos van a dar / el molito de guajolote...
Se les invitaba a pasar a la mesa y ahí seguían los
cantos: hay qué muerto tan panzón / tienes ahí en el altar /
échamelo para afuera / que aquí traigo mi morral...
El día tres de noviembre, ya por la tarde, comenzó la calma: la fiesta estaba llegando a su fin. Los anfitriones se pusieron un poco tristes. Reflexionaban en el significado de la vida y la muerte cuando de repente sintieron un aire tibio que invadía la casa y los cubría a todos. Eran Piedad y Medardo que se estaban manifestando para dar gracias por la fiesta y despedirse. Nadie los vio, pero todos los sintieron y supieron que eran ellos. La alegría regresó a la casa.
Piedad y Medardo emprendieron el camino de regreso a su paraíso.
El día tres de noviembre, ya por la tarde, comenzó la calma: la fiesta estaba llegando a su fin. Los anfitriones se pusieron un poco tristes. Reflexionaban en el significado de la vida y la muerte cuando de repente sintieron un aire tibio que invadía la casa y los cubría a todos. Eran Piedad y Medardo que se estaban manifestando para dar gracias por la fiesta y despedirse. Nadie los vio, pero todos los sintieron y supieron que eran ellos. La alegría regresó a la casa.
Piedad y Medardo emprendieron el camino de regreso a su paraíso.
Por:
Ubaldo Miranda Miranda
Ubaldo Miranda Miranda
Colaboraciones
Colaboraciones
"La fiesta"
"La fiesta"
Cuento dedicado a los que ya no están con nosotros.
Piedad sacó un peine de la bolsa de su tradicional delantal y se alisó el cabello con brillantina y agua.
-¡Llegó el día!, Medardo.
Medardo dio una profunda fumada a su cigarro "Alas Azules", se quitó el sombrero y, rascándose la cabeza, contestó a Piedad:
-¿Cuál día? Yo estoy tan tranquilo y tan contento aquí que no recuerdo si tenemos algún compromiso. Sigamos disfrutando de este paraíso, sea cual sea el día. Mejor invítame un "traguito".
-¡Qué "traguito" ni qué nada! Hoy comienza la fiesta que nos han estado preparando nuestros hijos. Tenemos que ir: somos los invitados especiales. Ahí habrá toda la comida y bebida que nos gusta y podrás tomarte todos los "traguitos" que quieras.
-Ya me acordé. Es la fiesta que hacen allá del otro lado, a la que fuimos el año pasado.
-¿Cómo te diste cuenta? ¿Quién te avisó? -preguntó cariñosamente Medardo.
-Nadie me avisó. Hasta acá llegan los gratos aromas de las flores con que están arreglando la casa y las mesas donde será la fiesta. Ese aroma es la señal de que la fiesta va a comenzar: solamente aparece en estos días del año. Tú no percibes los olores porque de tanto fumar se te ha disminuido el sentido del olfato. Además, podemos ver las luces que nos indican donde será la fiesta. Estas luces solamente las pueden ver los invitados, y también se prenden en estas fechas. Tú las confundes con las estrellas, pero estas luces son especiales: no son redondas, son como gotas de agua.
-Pues pa' luego es tarde. Vamos a la pachanga.
Piedad y Medardo, tomados de la mano, se dirigen hacia el lugar donde será la fiesta. Está retirado, pero caminan tranquilamente, sin prisas, como si el tiempo no pasara para ellos. No están cansados ni les cansa caminar.
Piedad sacó un peine de la bolsa de su tradicional delantal y se alisó el cabello con brillantina y agua.
-¡Llegó el día!, Medardo.
Medardo dio una profunda fumada a su cigarro "Alas Azules", se quitó el sombrero y, rascándose la cabeza, contestó a Piedad:
-¿Cuál día? Yo estoy tan tranquilo y tan contento aquí que no recuerdo si tenemos algún compromiso. Sigamos disfrutando de este paraíso, sea cual sea el día. Mejor invítame un "traguito".
-¡Qué "traguito" ni qué nada! Hoy comienza la fiesta que nos han estado preparando nuestros hijos. Tenemos que ir: somos los invitados especiales. Ahí habrá toda la comida y bebida que nos gusta y podrás tomarte todos los "traguitos" que quieras.
-Ya me acordé. Es la fiesta que hacen allá del otro lado, a la que fuimos el año pasado.
-¿Cómo te diste cuenta? ¿Quién te avisó? -preguntó cariñosamente Medardo.
-Nadie me avisó. Hasta acá llegan los gratos aromas de las flores con que están arreglando la casa y las mesas donde será la fiesta. Ese aroma es la señal de que la fiesta va a comenzar: solamente aparece en estos días del año. Tú no percibes los olores porque de tanto fumar se te ha disminuido el sentido del olfato. Además, podemos ver las luces que nos indican donde será la fiesta. Estas luces solamente las pueden ver los invitados, y también se prenden en estas fechas. Tú las confundes con las estrellas, pero estas luces son especiales: no son redondas, son como gotas de agua.
-Pues pa' luego es tarde. Vamos a la pachanga.
Piedad y Medardo, tomados de la mano, se dirigen hacia el lugar donde será la fiesta. Está retirado, pero caminan tranquilamente, sin prisas, como si el tiempo no pasara para ellos. No están cansados ni les cansa caminar.
Después de recorrer un larguísimo sendero donde todo
a su alrededor es belleza y tranquilidad cruzan por una
puerta casi invisible. A partir de ahí se enfrentan al bullicioso
y caótico mundo donde viven sus anfitriones. Es la
tarde del 30 de octubre.
Llegan a la casa y observan en la parte externa los adornos de flor de cempasúchil alrededor de la puerta principal. También ven un camino de pétalos desde la calle hasta el interior de la casa. Siguen por ese camino y entran en la casa sin pisar los pétalos. Nadie los puede ver, pero ellos pueden ver todo lo que hay a su alrededor.
Se paran frente a la mesa donde será la comida. Es una larga mesa con un arco de lado a lado, muy alto. Está adornada con papel de china de colores amarillo y morado. El arco y las patas de la mesa están cubiertas con hojas de tepejilote, una planta que se encuentra en el sur de México.
Sobre el tepejilote hay pencas de plátano y racimos de naranjas y mandarinas, también flores de cempasúchil y flores mano de león. En la pared cercana a la mesa se colocaron retratos de Piedad y Medardo e imágenes de santos.
Sobre la mesa solamente hay ocho veladoras encendidas y un vaso de agua.
-Creo que nos adelantamos, todavía no empieza la fiesta
-dice Medardo.
-No. Eres un poco distraído. Acuérdate que la fiesta comienza hoy al mediodía y termina el tres de noviembre por la noche. Hoy vinieron quienes están en el Limbo. Mañana solamente vendrán niños. Nosotros tenemos el privilegio de andar por aquí todos estos días, pero nos corresponde estar a la mesa a partir del día primero. El día tres al mediodía nos levantaremos porque llegarán los últimos invitados. Ellos solamente estarán medio día.
-Piedad, tengo una duda. ¿Cómo le harían nuestros ocho hijos para reunirse aquí en la que fue nuestra casa?
-No. Acuérdate que nuestro mundo no es el de ellos. Cada hijo está en su casa y preparó su propia fiesta. Nosotros estamos asistiendo a todas las fiestas al mismo tiempo, por eso vemos ocho veladoras. Pero ya olvidemos eso y vayamos a dar una vuelta mientras llega el día que nos corresponde.
Le dieron un trago al vaso de agua y se marcharon.
Llegó el día primero. Piedad y Medardo entran a la casa, se acercan a la mesa y ocupan sus lugares de honor. Se quedan admirados de la gran cantidad de alimentos que prepararon para ellos: tamales, atole, calabaza en dulce, chayotes hervidos, pan, calaveritas de azúcar? Al día siguiente continúan a la mesa. Les traen más pan y tamales, mole, aguardiente, cerveza, cigarros...
Llegan a la casa y observan en la parte externa los adornos de flor de cempasúchil alrededor de la puerta principal. También ven un camino de pétalos desde la calle hasta el interior de la casa. Siguen por ese camino y entran en la casa sin pisar los pétalos. Nadie los puede ver, pero ellos pueden ver todo lo que hay a su alrededor.
Se paran frente a la mesa donde será la comida. Es una larga mesa con un arco de lado a lado, muy alto. Está adornada con papel de china de colores amarillo y morado. El arco y las patas de la mesa están cubiertas con hojas de tepejilote, una planta que se encuentra en el sur de México.
Sobre el tepejilote hay pencas de plátano y racimos de naranjas y mandarinas, también flores de cempasúchil y flores mano de león. En la pared cercana a la mesa se colocaron retratos de Piedad y Medardo e imágenes de santos.
Sobre la mesa solamente hay ocho veladoras encendidas y un vaso de agua.
-Creo que nos adelantamos, todavía no empieza la fiesta
-dice Medardo.
-No. Eres un poco distraído. Acuérdate que la fiesta comienza hoy al mediodía y termina el tres de noviembre por la noche. Hoy vinieron quienes están en el Limbo. Mañana solamente vendrán niños. Nosotros tenemos el privilegio de andar por aquí todos estos días, pero nos corresponde estar a la mesa a partir del día primero. El día tres al mediodía nos levantaremos porque llegarán los últimos invitados. Ellos solamente estarán medio día.
-Piedad, tengo una duda. ¿Cómo le harían nuestros ocho hijos para reunirse aquí en la que fue nuestra casa?
-No. Acuérdate que nuestro mundo no es el de ellos. Cada hijo está en su casa y preparó su propia fiesta. Nosotros estamos asistiendo a todas las fiestas al mismo tiempo, por eso vemos ocho veladoras. Pero ya olvidemos eso y vayamos a dar una vuelta mientras llega el día que nos corresponde.
Le dieron un trago al vaso de agua y se marcharon.
Llegó el día primero. Piedad y Medardo entran a la casa, se acercan a la mesa y ocupan sus lugares de honor. Se quedan admirados de la gran cantidad de alimentos que prepararon para ellos: tamales, atole, calabaza en dulce, chayotes hervidos, pan, calaveritas de azúcar? Al día siguiente continúan a la mesa. Les traen más pan y tamales, mole, aguardiente, cerveza, cigarros...
Los dos días convivieron con sus hijos, nietos, otros familiares
y amigos. Todos comieron y bebieron sin limitaciones:
era una fiesta. Y no faltó la música. Los vecinos llegaban a
la casa entonando alegres versos, acompañados de instrumentos
musicales, para solicitar algo de la comida que se
estaba sirviendo: desde lejos he venido / con todito este
mitote / porque aquí nos van a dar / el molito de guajolote...
Se les invitaba a pasar a la mesa y ahí seguían los
cantos: hay qué muerto tan panzón / tienes ahí en el altar /
échamelo para afuera / que aquí traigo mi morral...
El día tres de noviembre, ya por la tarde, comenzó la calma: la fiesta estaba llegando a su fin. Los anfitriones se pusieron un poco tristes. Reflexionaban en el significado de la vida y la muerte cuando de repente sintieron un aire tibio que invadía la casa y los cubría a todos. Eran Piedad y Medardo que se estaban manifestando para dar gracias por la fiesta y despedirse. Nadie los vio, pero todos los sintieron y supieron que eran ellos. La alegría regresó a la casa.
Piedad y Medardo emprendieron el camino de regreso a su paraíso.
El día tres de noviembre, ya por la tarde, comenzó la calma: la fiesta estaba llegando a su fin. Los anfitriones se pusieron un poco tristes. Reflexionaban en el significado de la vida y la muerte cuando de repente sintieron un aire tibio que invadía la casa y los cubría a todos. Eran Piedad y Medardo que se estaban manifestando para dar gracias por la fiesta y despedirse. Nadie los vio, pero todos los sintieron y supieron que eran ellos. La alegría regresó a la casa.
Piedad y Medardo emprendieron el camino de regreso a su paraíso.
Por:
Ubaldo Miranda Miranda
Ubaldo Miranda Miranda